miércoles, 10 de marzo de 2010

PARALELOS U OPOSICIONES DENTRO DE LA PERÍCOPA.

En este apartado pueden mencionarse algunas variaciones de términos, de notable precisión, que van jalonando el desarrollo del sentido en ciertas perícopas.

a) EN EL EPISODIO DE LA HIJA DE JAIRO. (Mc 5,21-24a.35-43)

Así, por ejemplo, han de notarse las diversas denominaciones con que se designa sucesivamente a la hija de Jairo: en Mc 5,23 se la llama "hijita"; en 5,35, "hija"; en 5,39.40 (bis).41, "chiquilla"; en 5,41.42, "muchacha".

"Hijita" (en boca de Jairo) denota vinculación y dependencia, minoría de edad y ternura (diminutivo); "hija" (en boca de los mensajeros), vinculación y dependencia; el apelativo "chiquilla" (en boca de Jesús y del narrador) suprime la vinculación, expresando la minoría de edad; "muchacha" (en boca de Jesús y el narrador), mocita casadera, capaz, por tanto, de una vida adulta y sin la tutela del padre (desvinculación).

Las sucesivas denominaciones van mostrando el proceso que se efectúa: el pueblo sometido a la Ley, representado por la hija del jefe de sinagoga, infantilizado (inmaduro, menor de edad) y dependiente, se encuentra en una situación límite que es objeto de preocupación para el dirigente (ternura).

Jesús nunca reconoce la vinculación ni la dependencia (nunca la llama "tu hija"), aunque constata el infantilismo de ese pueblo ("chiquilla"). Su solución para por abrirle un horizonte nuevo, un porvenir de emancipación y fecundidad ("muchacha" casadera). Dado que Jesús se ha atribuido el papel de Esposo/novio (2,19.20), esto quiere decir que el pueblo antes sometido a la Ley se salvará de la situación-límite por la adhesión a Jesús (papel de "esposa").

Lo expuesto muestra el esmero y la minuciosidad con que Marcos compuso su Evangelio. Al mismo tiempo se aprecia que no es posible interpretar la perícopa si no se presta cuidadosa atención a los matices que se van expresando con el cambio de vocabulario, y que muestran el progreso del pensamiento.

b) EN EL EPISODIO DEL FUNCIONARIO REAL. (Jn 4,46b-54)

Un caso análogo aparece en el Evangelio de Juan, en el episodio del funcionario real (Jn 4,46b-54), donde se narra también la preocupación de un poderoso, en este caso civil, por su hijo enfermo de muerte. Hay que notar que en el Evangelio de Juan el término "hijo" (gr. hyiós), que expresa vinculación, no implica dependencia del padre, sino igualdad con él.

El enfermo es llamado insistentemente "hijo" en estilo indirecto (narrador, 4,46b.47) y en boca de Jesús /4,50.53); el funcionario, en cambio, lo llama "mi chiquillo" (4,49), término ambiguo que denota un hijo menor de edad o un servidor, es decir, en todo caso alguien inferior y dependiente, aunque con un matiz de afecto. Los siervos del funcionario lo llaman "chico" (4,51), también ambiguo para hijo o servidor, indicando la inferioridad y la dependencia.

En relación con las diversas denominaciones para el hijo está el cambio en las denominaciones del padre: cuando llama a su hijo "chiquillo", subrayando la minoría de edad y la dependencia, se le llama "funcionario" (4,49); cuando se fía de las palabras de Jesús, que le ha asegurado que "su hijo" vivía, se le llama "hombre" (4,40); cuando finalmente cree, por constatar que, como le había dicho Jesús, el que vive es "su hijo", se le llama "padre" (4,53).

El cambio progresivo de lenguaje proporciona una clave para interpretar el sentido del relato.

c) EN EL EPISODIO DE LA MUJER SIROFENICIA (Mc 7,24-31)

En la perícopa de la mujer sirofenicia (Mc 7,24-31; Mt 15,21-28: "cananea") y de su hija, poseída, como el geraseno (Mc 5,2-20), por un espíritu inmundo y un demonio, se hace una doble oposición al término "perros"; una vez se opone a la denominación "hijos" (Mc 7,27, hablando Jesús: "No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perros"); la otra, al término "chiquillos" (7,28, hablando la mujer: "También los perros... comen las migajas que dejan caer los chiquillos").

En paralelo con las dos denominaciones ("los hijos", "los chiquillos") que aparecen en los dichos sobre los perros, se menciona dos veces a "la hija" (7,26.29) y una vez a "la chiquilla" (7,30).

Como se ha visto anteriormente, la mujer (nunca llamada "madre") representa a la clase dominante en la sociedad pagana; "la hija" (vinculación, dependencia) o "chiquilla" (inmadurez, minoría de edad), que continúa la figura del endemoniado geraseno, representa a la clase dominada, a los esclavos, que están en rebelión (demonio). Como en los casos de Jairo y el funcionario, que acaban de exponerse, aparece una preocupación del poderoso por el estado del sometido, que se encuentra en una situación extrema (posesión, demonio: fanatismo violento).

La mujer no pide nada para sí, sólo para su hija, como si la situación de ésta no dependiese en nada de ella. Quiere una intervención de Jesús que respete la situación existente. El evangelista pretende mostrar que la solución a esta situación no depende de una intervención externa, sino del cambio de actitud de la clase dominante.

En este contexto, el insultante dicho de Jesús a la mujer (7,27: "No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perros"), en el que compara la compara a los perros, no hace más que reflejar la actitud de la mujer (clase dominante) hacia la hija (clase dominada).

Efectivamente, en el dicho de Jesús se implica la existencia de alguien que reparte el pan. Este personaje discrimina: hay una categoría privilegiada de personas que son dignas de recibir el pan y tienen derecho a él (los hijos); otra categoría, de personas que no son dignas ni tienen derecho ("los perros", metafórico despectivo). Es decir, hay una discriminación radical entre dos categorías de personas.

El dicho lo aplicaban los judíos a los paganos: eran éstos "los perros", expresando el desprecio que los judíos, penetrados de su superioridad religiosa como pueblo elegido, sentían por los otros pueblos.

Sin embargo, dentro de la sociedad pagana se ejercía una discriminación parecida: la clase dominante reparte sus beneficios con una clase privilegiada ("hijos") y niega todo derecho a otra clase, en este caso la de los esclavos ("perros").

Al sentir el rechazo de Jesús, que la discrimina a ella del mismo modo como ella discrimina dentro de su sociedad, la mujer reclama el derecho de los oprimidos a participar, aunque sea secundariamente, de los bienes que tocan a los privilegiados. Es decir, por lo que a ella toca, reconoce el derecho prioritario de Israel, pero afirma que también los no judíos tienen derecho a una parte, aunque sea mínima, de los bienes que Dios concede a ese pueblo.

Pero el principio que enuncia se aplica igualmente a su propia sociedad: reconoce implícitamente que los esclavos no pueden estar privados de todo derecho. Esto basta para que el demonio abandone a la hija, es decir, para que la clase de los esclavos deponga su actitud violenta, sin que haga falta una intervención de Jesús.

Nótese que en ningún momento se pone en boca de la mujer la palabra "hija"; no reconoce su vinculación con ella ni la dignidad que le corresponde. El hecho de que es "su hijita" (7,25) y la petición por ella (7,26) los expone el narrador. Por eso, el apelativo "hijita" (7,25), al no estar en boca de la mujer, no indica en este caso ternura, sino que, afirmando el vínculo, compendia la doble condición de dependiente ("hija") y, por el diminutivo, la de inmadura o menor de edad sometida a tutela ("chiquilla"). Así subraya Marcos desde el principio del episodio la relación entre la clase dominante y la de los esclavos: no se reconoce ningún vínculo, la relación se reduce a pura dependencia y dominio, lo que implica la absoluta falta de libertad y de iniciativa de la clase sometida.

En esta perícopa, es Jesús el único personaje que pronuncia la palabra "hija", que corresponde a "los hijos" mencionados en el dicho. Los esclavos no son "perros", sino hijos, y tienen derecho, por tanto, a recibir su parte de pan.

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