domingo, 25 de octubre de 2009

La viuda pobre.

LA VIUDA POBRE
(Mc 12,41-44 par.)

Entre las diversas mujeres que tienen un papel destacado en los evangelios hay una que despierta especial simpatía: la “viuda pobre”, que echa su limosna en el templo y a la que Jesús pone por modelo a los discípulos (Mc 12,41-44; Lc 21,1-4).

¿Se trata de un simple recuerdo histórico o de un personaje representativo? Veamos en primer lugar dónde se coloca este episodio en el Evangelio de Marcos, cuyo texto seguimos.

La perícopa de la viuda termina la sección que narra la actividad de Jesús en el templo, comenzada con un tríptico en el que, bajo la figura de la higuera, se habla de la esterilidad de Israel (11,12-14.20-25) y se denuncia el templo como “cueva de bandidos” por la explotación económica que ejerce sobre el pueblo (1,15-19). En la perícopa final de la sección, la de la viuda, aparece de nuevo el tema del templo, que absorbe el dinero de ricos y pobres (12,41s: “la gente iba echando monedas en el Tesoro; muchos ricos echaban en cantidad. Llegó una viuda pobre y echó dos ochavos, que hacen un cuarto”). La calificación de “pobre” identifica a la mujer con las capas sociales más desprovistas.

Pero ¿basta pensar que se trata de un ejemplo de pobre que refleja una realidad social del tiempo, o hay que ver en la viuda una auténtica figura representativa? La clave para resolver la cuestión se encuentra precisamente en el apelativo “viuda”, que pertenece al sistema simbólico de esposo-esposa, tan frecuente en el AT y en los evangelios.

La “viuda” es la mujer/esposa que carece de esposo. El término para aludir a un texto de Jeremías, donde el profeta rechaza la viudedad del pueblo, afirmando que su Dios/esposo está con él (Jr 51,5: “Porque Israel y Judá no están viudas de su Dios”). El texto de Marcos indica lo contrario: si en la época del profeta, Dios estaba cerca de su pueblo, no sucede lo mismo ahora; el pueblo no experimenta la cercanía de su Dios, porque es precisamente el templo explotador el obstáculo que se interpone entre Dios y el pueblo. Un templo que, en nombre de Dios, saca el dinero incluso a los pobres no manifiesta, sino que oculta el rostro de Dios. Ahí está la tragedia de la viuda/pueblo: haciendo lo más que puede para acercarse a su Dios, no lo consigue, pues Dios no está en el templo.

La viuda pobre es, por tanto, una figura representativa del Israel verdadero, de “los pobres de Yahvé”, fieles a su Dios. Su fidelidad es total, como lo expresa el paralelo entre la totalidad del don de la viuda (12,44: “ha echado todo lo que tenía, todos sus medios de vida”) y el contenido del primer mandamiento de la Ley, mencionado poco antes (12,30: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”). El pueblo fiel (“la esposa”) constituido por la gente humilde (“pobre”), que se entrega totalmente a su Dios (“todo”), se encuentra privado de él (“viuda”), por haber sido ocultado por la institución religiosa.

miércoles, 7 de octubre de 2009

El ciego Bartimeo.

EL CIEGO BARTIMEO
(MC 10,46b-52 par)

Ya se ha tratado ampliamente de la ceguera como figura de la obcecación de la mente y del ciego de Betsaida, que encarnaba la resistencia de los discípulos a ver en Jesús al Mesías, a pesar de las señales que había realizado en los episodios de los panes (Mc 8,22b-26). Los tres sinópticos presentan otra figura de ciego, al que Jesús devuelve la vista a la salida de Jericó (Mc 10,46b-52; Mt 20, 29-34, dos ciegos; Lc 18,35-43). La narración más rica en detalles es la de Marcos, el único que da un nombre (o más bien un apellido) al ciego (10,46b: “el hijo de Timeo, Bartimeo); la seguimos en la exposición para determinar el carácter representativo del personaje.

El hecho de que ya una vez la figura de un ciego haya servido para representar la mala disposición de los discípulos puede hacer suponer que también este ciego es figura de ellos. Examinemos el contexto anterior del evangelio para ver si esta suposición se justifica.

La curación del primer ciego, es decir, el abrir la mente a los discípulos, permitió a éstos comprender que Jesús era el Mesías (Mc 8,29), pero de una manera distorsionada, como lo prueba el hecho de que Jesús les prohibiera terminantemente comunicarlo a nadie (8,30: “Pero él les conminó a que no lo dijeran a nadie”). Por otra parte, la oposición de Pedro al destino anunciado por Jesús y la fortísima increpación de Jesús a Pedro (8,33: “Satanás”) muestran que la idea mesiánica de los discípulos era equivocada.

En su actividad, los discípulos fracasan, pues no consiguen liberar al epiléptico/pueblo (9,18.28); muestran ambición, que Jesús ha de corregir (9,34s), e intransigencia (9,38s; 10,13s); no entienden la necesidad de la renuncia a la riqueza (10,23-27) y, cuando Jesús acaba de anunciar la suerte que le espera en Jerusalén (10,32-34), dos de ellos, Santiago y Juan, vuelven a manifestar la ambición de honor y de poder (10,35-37), provocando la indignación de los otros diez (10,41), que alimentaban la misma ambición (cf. 9,34: “en el camino habían discutido entre ellos quién era el más grande”).

Toda esta incomprensión se debe a no haber aceptado el mesianismo de Jesús, esperando, en cambio, un Mesías que tomase el poder en Jerusalén. En el Evangelio de Marcos, la ideología del Mesías triunfante se condensa en el título “el Hijo de David” (cf. 11,10; 12,35-37), en oposición al “Mesías Hijo de Dios” (1,1).

Teniendo en cuenta estos datos, se ve que la primera curación de la ceguera no había bastado: los discípulos habían reconocido que Jesús era el Mesías, pero lo habían identificado con el Mesías victorioso de la expectación popular, y eran refractarios a los numerosos avisos de Jesús. Teniendo la concepción de un Mesías de poder, también ellos aspiraban al poder y rivalizaban por obtenerlo (9,34; 10,37.41).

Jesús convoca a los discípulos y les tiene una instrucción muy explícita en la que compara la idea que ellos se hacen del Mesías a los regímenes opresores vigentes entre los paganos (10,42ss: “Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las dominan, y que sus grandes les imponen su autoridad, No ha de ser así entre vosotros; al contrario…”). A continuación aparece la figura del ciego, que se dirige a Jesús anteponiendo al nombre propio el título de “Hijo de David” (10,47: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”; 10,48: “Hijo de David”); muestra así que el obstáculo que les impide percibir la calidad del mesianismo de Jesús es la ideología del Mesías poderoso.

Ya de estos datos puede deducirse con facilidad que el ciego representa de nuevo a los discípulos, pero el evangelista añade una serie de marcas que hacen más que evidente la identificación. En primer lugar, como en los casos de la hija de Jairo (5,41: “Talitha, qum”) y del sordo (Mc 7,34: “Effatá”), el hecho de que Marcos inserte dos palabras arameas en la escena (10,46ª: “Bartimeo; 10,51: “Rabbuni”) indica que la escena se refiere de algún modo a Israel.

Hay además una serie de paralelos con la perícopa de los dos Zebedeos, Santiago y Juan, que han mostrado su ambición de poder. Los hermanos pedían a Jesús “sentarse” uno a su derecha y otro a su izquierda (10,37); el ciego “está sentado” (10,46b), “el día de tu gloria”, el de la subida al trono (10,37), corresponde a la denominación “Hijo de David”, que denota al Mesías triunfante (10,47); la pregunta de Jesús en ambas ocasiones es idéntica (10,36: “¿Qué queréis que haga por vosotros?; 10,51: “¿Qué quieres que haga por ti?”); la advertencia de Jesús “No sabéis lo que pedís” (10,38) equivale a la ceguera.

Otra marca muy significativa es la indicación del lugar donde está el ciego, “junto al camino” (10,46b); es la expresión que había usado Jesús en la parábola del sembrador para designar a los que reciben el mensaje, pero cuya actitud interior lo neutraliza (4,3: “algo cayó junto al camino”; 4,15; “éstos son “los de junto al camino”; aquellos donde se siembra el mensaje, pero, en cuanto lo escuchan, llega Satanás [el poder que tienta al hombre] y les quita el mensaje sembrado en ellos”). El ciego es uno que está “junto al camino”; es decir, uno en quien la ideología y la ambición de poder (como la que han manifestado los Zebedeos) hace que el mensaje de Jesús no arraigue en ellos.

Es muy curioso que, tratándose de personajes representativos, que aparecen de ordinario anónimos, Marcos identifique al ciego por su apellido, que, además, repite, poniéndolo en griego y en arameo (10,46b: “el hijo de Timeo, Bartimeo”). La repetición indica la importancia del dato y hace sospechar que no se trata de simple genealogía.

En primer lugar, como se verá más adelante, el término griego/arameo que se traduce “hijo” significa muchas cosas distintas en el lenguaje del AT y de los evangelios, entre ellas “discípulo” o “partidario”; baste citar un ejemplo: en 1 Re 20,23 y 2 Re 2,3 se encuentra literalmente la expresión “los hijos de los profetas”, que significa, en realidad, “los discípulos de los profetas” o “los miembros de la comunidad de profetas”. Aquí, por tanto, es posible que el término signifique discípulo o partidario, no hijo “de Timeo”.

Esta posibilidad se convierte en certeza si se examina el significado de este nombre. En efecto, “Timeo” significa en griego (timaios) “apreciado, honrado, estimado”. Ahora bien: en la escena de la sinagoga “de su tierra” (6,1b-6), Jesús había dicho: “Sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa es despreciado un profeta” (6,4). La palabra “despreciado” (atimos) se opone a “apreciado” (“Timeo”). Si Jesús es el “despreciado”, el “apreciado” ha de ser alguien que sea el opuesto a él, en concreto, el “Hijo de David”, el Mesías triunfador, como lo expresará inmediatamente después la invocación del ciego ya citada (10,47.48). El ciego es, por tanto, un “partidario” del Apreciado”, del Mesías Hijo de David.

De este examen aparece claramente cómo los diferentes detalles coinciden para caracterizar al ciego como figura de los discípulos, que no se habían desprendido de su ideal de Mesías triunfador y a los cuales la ambición de poder había impedido asimilar el mensaje de Jesús.