domingo, 29 de marzo de 2009

EL DESIERTO

EL DESIERTO.
Un término que puede prestarse y que de hecho se ha prestado a equívocos es el de “desierto”. A veces se propone como característica cristiana una “espiritualidad del desierto”, resucitando viejos ideales anacoréticos. Hay que investigar, por tanto, en qué sentido hablan los evangelios sinópticos (no Juan) de un “desierto” en el que estuvo Jesús.
En Marcos, Mateo y Lucas aparece el desierto en primer término como el lugar desde donde Juan Bautista hace su llamada (Mc 1,4 par.) y, a continuación, como el lugar donde Jesús pasa cuarenta días después de su bautismo, tentado por Satanás (Mc 1,12s par.).
En la tradición del AT, “el desierto” evoca varias ideas. Unas veces se le ve como el lugar de la juventud del pueblo, las primicias de Israel en su encuentro con Dios. Por eso, a menudo utilizan los profetas la imagen del desierto para recordar a Israel el antiguo tiempo y exhortarlo a ser fiel a la alianza (Os 2,16). Este es el sentido del desierto en que se encuentra Juan Bautista (Mt 3,1), situado más allá del Jordán (Lc 3,3: “[Juan] recorrió entonces toda la comarca lindante con el desierto se convierte en el polo opuesto a la institución judía, representada por Jerusalén y por el templo. Frente a la injusticia que domina la sociedad judía del tiempo de Juan Bautista, se presenta el desierto como recuerdo del antiguo ideal y como ofrecimiento renovado de la gracia de Dios.
Otras veces se considera el desierto como el lugar de las penalidades que llevaron a la posesión de una tierra prometida. Fueron cuarenta años de peregrinación (Dt 8,2) por un lugar inhóspito y deshabitado, donde no había sociedad humana. Este es el sentido del desierto en el que aparece Jesús. Pero no se trata ya de un desierto geográfico, sino figurado. Los cuarenta días que pasa Jesús en él (Mc 1,12 par.) remiten a los cuarenta años de la peregrinación de Israel hasta llegar a la tierra: representan, por tanto, la duración de la vida pública de Jesús, desde su bautismo hasta su muerte, que le abre la existencia definitiva.
Por otra parte, la elección del desierto como figura de la vida pública de Jesús caracteriza a ésta como vivida en el aislamiento e incomunicación. Se indica de este modo la ruptura, la incompatibilidad entre Jesús y los valores profesados por la sociedad judía.
En correspondencia con el carácter figurado de este “desierto”, Marcos, que había presentado a Juan Bautista completamente solo, describe el desierto donde está Jesús poblándolo de extraños moradores: En primer lugar, en él se encuentra Satanás, que tienta a Jesús durante los cuarenta días. Además, Jesús “estaba entre las fieras”, alusión al libro de Daniel (Dn 7), donde “las fieras” representan a los imperios o poderes que sometían y destrozaban a la humanidad; pero ahora estos poderes destructores no hay que buscarlos fuera, existen dentro de la sociedad judía. Por último, se encuentran en este desierto “los ángeles” o mensajeros, que prestan servicio a Jesús.
Estos tres rasgos describen lo que va a ser la vida pública. “Satanás” es una figura simbólica, una personificación del poder que tienta la ambición del hombre; por eso, cuando Pedro, imbuido de la ideología del judaísmo, propugnaba un Mesías de poder y se opuso al destino anunciado por Jesús, éste lo llamó “Satanás” (Mc 8,33: “¡Quítate de mi vista, Satanás!, porque tu idea no es la de Dios, sino la de los hombres”).
“Las fieras”, por su parte, representan a los grupos influyentes y círculos dirigentes, continuamente hostiles a Jesús, que pretenden destruirlo (3,6; 11,16; 12,12; 14,1s) y acaban dándole muerte.
Finalmente, “los ángeles”, cuyo primer representante es Juan Bautista (Mc 1,2: “Yo envío mi ángel/mi mensajero delante de ti”), son los que colaboran con la obra de Jesús, y aparecen en el evangelio como gente anónima que lo informa sobre casos que necesitan su intervención (1,30) o le lleva enfermos para que los cure (1,32; 7,32; 8,22b).
Marcos utiliza el término “desierto” solamente con referencia a Juan Bautista y a los cuarenta días de Jesús (Mc 1,4.12.13). En otros pasajes, sin embargo, utiliza la expresión “un lugar desierto” o “despoblado”, que prolonga la idea del desierto mismo; señala, pues, en cada ocasión, la ruptura con los valores de la sociedad existente.
De este modo, Jesús, ante el entusiasmo de los habitantes de Cafarnaún, que desean hacer de él el líder de un movimiento popular judío, se marcha a orar, es decir, a pedir a Dios, a un lugar desierto (Mc 1,35; cf, Lc 4,42). Esta localización indica la inamovible ruptura de Jesús, que no cede a la tentación de poder (1,37: “¡Todo el mundo te busca!”).
Por su contacto con el leproso (Mc 1,41), que había violado el código social y religioso judío, Jesús se coloca en la categoría de “impuro” o marginado de la sociedad y no puede entrar abiertamente en ninguna ciudad; “se quedaba fuera, en despoblado” (Mc 1,45), lugar que sigue siendo expresión de su ruptura.
En cierta ocasión, Jesús lleva a sus discípulos “a un lugar desierto”, “a despoblado” (6, 31-32); con esto indica el texto que Jesús desea llevarlos a la ruptura con los valores de la sociedad. La expresión usada por los discípulos mismos: “El lugar es un despoblado y es ya tarde; despídelos, que vayan… y se compren de comer” (Mc 6,354 par.), hace ver que los discípulos no han entendido la idea de la ruptura y quieren que la gente se integre de nuevo en la sociedad de la que han salido para encontrarse con Jesús.
Mateo y Marcos, que relatan un segundo reparto de los panes, dirigido a los paganos, utilizan un término griego diferente, pero muy parecido al que usan con los judíos (Mt 15, 33 y Mc 8,4: eremía, “descampado”, en vez de éremos, “despoblado”), indicando, por un lado, que la obra mesiánica de Jesús, el éxodo o liberación, se extiende también a los paganos, y por otro, que éste no tiene precedentes en el AT.
El hecho de retirarse Jesús a orar a un lugar desierto (Mc 1,35; Lc 5,16) muestra que la petición a Dios se realiza desde la ruptura con los valores de la sociedad. También la huida del endemoniado geraseno a lugares desiertos indica su ruptura con la sociedad que lo oprime (Lc 8,29).
“Desierto” no significa, pues, alejamiento local de la sociedad, como en el caso de Juan Bautista, sino alejamiento interior, ruptura individual y comunitaria con la injusticia de una sociedad y, en consecuencia, con todos los falsos valores que ella propone y que inspiran su práctica. El evangelio de Juan expresa la misma idea de otro modo: “Yo les he entregado tu mensaje, y el mundo les ha cobrado odio porque no pertenecen al mundo, como tampoco yo pertenezco al mundo” (Jn 17,14).
En este texto, como otras muchas veces en Juan, “el mundo” no designa simplemente a la humanidad, sino a ésta organizada en un orden social y religioso en el que está en vigor una escala de valores o ideología que consagra la injusticia (en Juan, la ideología llamada “la tiniebla” [1,5; 6,17; 12,35] o “la mentira” [8,44]); la praxis de esa sociedad es necesariamente injusta. Como Jesús mismo, sus seguidores, que siguen el mensaje del Padre, “no pertenecen a ese mundo”, es decir, no comparten sus categorías ni su práctica. Pero esto no significa una huida de la sociedad; Jesús lo dice expresamente: “[Padre,] mientras ellos van a estar en el mundo, yo me voy contigo” (17,11); “[Padre,] no te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del Perverso” (17,15). La comunidad cristiana ha de permanecer en la sociedad en que vive, pero sin dejarse contagiar por la injusticia que ésta profesa y practica.

domingo, 22 de marzo de 2009

LA PESCA

LA PESCA.
En Mc 1,17 par., “ser pescador de hombres” aparece como figura de la misión en boca de Jesús. Podría pensarse que la expresión es original de los evangelios, pero no es así: tanto “pescar” como “la pesca” tienen antecedentes en el AT.
La figura de la pesca se usa en el AT de diversas maneras. Por lo común, indica la acción destructora de ciertos imperios contra Israel (Jr 16,16; Hab 1,6ss; Ez 12,13; 19,8s).
Por ejemplo, el texto de Jr 16,16 describe la invasión de Israel por los pueblos paganos como la de pescadores, cuya acción será llevar a los israelitas entre las naciones (“Enviaré muchos pescadores a pescarlos –oráculo del Señor”; cf. 16,15); el resultado de la reunión de Israel en la tierra después de esta dispersión debería ser que los paganos acudiesen a él confesando la falsedad de su idolatría (Jr 16,19: “A ti vendrán los paganos, de los extremos del orbe, diciendo: “¡ Qué engañoso es el legado de nuestros padres!, ¡qué vaciedad sin provecho”).
Aparece aquí la vocación de Israel como testigo del verdadero Dios, que atrae a los demás pueblos. Pero cualquiera que sea el resultado, la figura del pescador es la del vencedor guerrero.
Las palabras de Jesús en Mc 1,17: “Yo os haré pescadores de hombres”, invierten el papel de los actores respecto a Jr 16,16. Es Israel, representado por Simón y Andrés, el que debe hacer de pescador respecto de los hombres, es decir, de la humanidad entera. El reconocimiento del verdadero Dios se producirá en el encuentro activo de Israel con la humanidad. Como se ha dicho, la localización de la llamada “junto al mar” (1,16: “Yendo de paso junto al mar de Galilea”) y la expresión empleada por Jesús, “pescadores de hombres”, sin limitación, enfocan la misión hacia el mundo pagano.
Sin embargo, a la vista de los textos proféticos citados, la invitación de Jesús a ser “pescadores de hombres” podía ser fácilmente interpretada por Simón y Andrés como el propósito de comenzar una empresa, que, mediante la violencia, llevase a la victoria sobre los enemigos. Tanto más que el anuncio de la cercanía del “reinado de Dios”, que Jesús acababa de hacer (1,14s), admitía también una interpretación de ese género. Dada la ideología que muestran los discípulos en todo el evangelio, no hay duda de que para ellos “pesca” significa victoria; eso explica su respuesta inmediata a Jesús.
No obstante, hay otro texto del AT que enlaza más directamente con la invitación de Jesús en Mc 1,17, y es el de Ez 47,10. El profeta, después de haber descrito la vuelta al templo del Señor de la gloria (43,1-11), pasa a describir sus efectos vivificantes. Expone como el manantial que sale del zaguán del templo se va convirtiendo en un río caudaloso (47,1-5) que “fluye hacia la Galilea oriental (LXX), baja hasta Arabia y camina hacia el mar, hasta el agua del estuario, saneándola” (47,8s). Todos los seres vivos que bullan allí donde alcance la corriente tendrán vida, y habrá allí muchísimos peces, por efecto de esta agua, “y se pondrán allí pescadores… y sus peces (los del río) serán como peces del océano, una muchedumbre inmensa (47,10).
Este texto coincide con Mc 1,16s: “pues eran pescadores”). Se trata, pues, de una alusión de Marcos a Ezequiel. Esto se confirma con la otra alusión al mismo texto que se encuentra en Mc 3,7b-8: “una enorme muchedumbre… una muchedumbre enorme”; alude a Ez 47,10: “una muchedumbre inmensa [de peces]”. La gran muchedumbre de judíos y paganos que acude a Jesús después de su ruptura con la sinagoga” (3,1-7a) corresponde a la muchedumbre de peces de la profecía, y la subsiguiente constitución del grupo de “los Doce” (3,13) es el paso decisivo en la preparación de los “pescadores de hombres” (3,14: “para enviarlos a proclamar”).
La invitación de Jesús a Simón y Andrés tiene como trasfondo el texto de Ezequiel, pero el espíritu nacionalista que los anima produce el equívoco: lo interpretan como una invitación a colaborar en la reforma violenta de las instituciones y la liberación de la nación.
En el último capítulo del Evangelio de Juan (Jn 21,1-14) se describe una pesca efectuada por un grupo de siete discípulos, número que alude a las setenta naciones que, según la creencia del tiempo, formaban la humanidad. También esta pesca es figura de la misión y, como lo señala el número de los discípulos que en ella intervienen y el nombre que Juan atribuye al lago/mar (21,1: “el mar de Tiberíades”, nombre pagano del lago), se verifica entre los paganos.

EL MAR

EL MAR.
Es curioso que tres evangelistas, Mateo, Marcos y Juan se refieran constantemente al lago de Galilea con el término “mar”. Solamente Lucas utiliza el término “lago” (5,1). En el Evangelio de Juan, Jesús atraviesa “el mar” de Galilea (Mc 4,35-5,1 par.; Jn 6,1).
Este modo de hablar de los tres evangelistas no es un descuido; tiene una razón teológica. Efectivamente, la denominación “el mar” hace alusión al primer éxodo, caracterizado por el cruce del Mar Rojo; sirve, por tanto, para presentar la labor de Jesús como un éxodo, es decir, como la salida de una tierra de esclavitud o de opresión.
Sin embargo, el éxodo de Jesús se hace en sentido contrario al antiguo. Las travesías del mar van siempre hacia tierra pagana, pues la tierra de opresión de la que hay que salir es ahora Israel, y la nueva tierra prometida es el mundo entero.
Así, en el Evangelio de Juan, Jesús atraviesa “el mar” (Jn 6,1: “Algún tiempo después se fue Jesús al otro lado del mar de Galilea o de Tiberíades”), es decir, inicia el éxodo fuera de la tierra de Israel, y pone fuera de ella las bases de su nueva comunidad. En este pasaje, la idea del éxodo está reforzada por la datación que señala Juan (6,4: “Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los Judíos”), que corresponde precisamente a la celebración del éxodo de Egipto.
De hecho, el mar/lago de Galilea o de Tiberíades (Jn 6,1: cf 21,1) separaba a Galilea de los pueblos paganos de la Decápolis, que ocupaban su orilla oriental.
“El mar” está, pues, en relación con los paganos, es puente hacia el mundo pagano. Que Jesús llame a los primeros discípulos “junto al mar” (Mc 1,16-21a) no es accidental, sino que señala un programa: la misión ha de extenderse al mundo entero (Mc 13,10: “primero tiene que proclamarse la buena noticia a todas las naciones”; cf. 14,9; 15,39).
De ahí el significado del mar en otras muchas escenas. Al final del episodio del paralático (Mc 1,16-21a) no es accidental, sino que señala un programa: la misión ha de extenderse al mundo entero (Mc 13,10: “primero tiene que proclamarse la buena noticia a todas las naciones”; cf. 14,9; 15,39).
De ahí el significado del mar en otras muchas escenas. Al final del episodio del paralítico (Mc 2,1-13), cuyo sentido teológico es la admisión de los paganos al reino, Jesús quiere constatar cuál es la respuesta de la multitud que lo ha escuchado. Para ello va a la orilla del mar, figura de la apertura al mundo pagano (2,13: “Salió esta vez a la orilla del mar. Toda la multitud fue acudiendo adonde estaba él, y se puso a enseñarles”); el hecho de que la gente acuda y de que allí continúe su enseñanza es señal de la buena acogida de tal mensaje por parte de los judíos de Cafarnaún.
La retirada de Jesús con sus discípulos en dirección al mar, puente hacia tierra pagana, señala el terreno de la fura misión ante el rechazo de la institución judía, representada por la sinagoga (Mc 3,6-7a: “Al salir, los fariseos, junto con los herodianos, se pusieron en seguida a maquinar en contra suya, para acabar con él; Jesús, junto con sus discípulos, se retiró en dirección al mar”).
Jesús enseña junto al mar (Mc 4,1; Mt 13,1). Es más, cuando se acerca la multitud se sube a una barca y desde allí enseña, de modo que la gente tenga que tener el mar ante los ojos (Mc 4,1: “Se congregó en torno a él una multitud grandísima; él entonces se subió a una barca y se quedó sentado, dentro del mar. Toda la multitud se quedó en tierra, de cara al mar”). Señala así Marcos el carácter universalista de la enseñanza de Jesús.
Después del primer reparto de los panes, en el que se ha despertado en la multitud cierto espíritu nacionalista judío, Jesús quiere obligar a los discípulos a un éxodo a tierra pagana (Mc 6,45: “Obligó a sus discípulos a que se montaran en la barca y fueran delante de él al otro lado [del mar], en dirección a Betsaida”).
Este empleo del término “mar”, propio de Marcos, Mateo y Juan, muestra la importancia que tiene conocer los usos figurados que utilizan los evangelistas para penetrar el mensaje que quieren transmitir.

LA BARCA

LA BARCA.
También “la barca”, otro espacio cerrado, se usa en los evangelios como figura para expresar ciertos aspectos de una comunidad humana. A diferencia de “la casa”, que es estática (donde “se está”), “la barca” es dinámica, connota un desplazamiento (en ella “se viaja”).
En el Evangelio de Marcos aparece por primera vez una barca en la escena de la llamada de Santiago y Juan (Mc 1, 19: “Jesús] vio a Santiago el de Zebedeo y a Juan, su hermano, que estaban en la barca poniendo a punto las redes, e inmediatamente los llamó. Dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los asalariados y se marcharon con él”).
Como se ve, esta barca encierra un grupo humano y ligado por relaciones de diversa índole: se menciona la figura de la autoridad/poder y de la tradición, el padre (Zebedeo); están en ella los subordinados privilegiados, los hijos (Santiago y Juan), que son garantía de continuidad y tienen derecho a los bienes del padre, y los subordinados no privilegiados, los asalariados, sin nombre ni número y dependientes económicamente.
Todos los nombres mencionados son hebreos, en contraste con los de los dos hermanos llamados antes, Simón y Andrés (Mc 1,16), que tienen nombres griegos o de forma griega.
Este conjunto de datos indica que “los de la barca” representan a un grupo judío apegado a las tradiciones, jerárquicamente organizado, donde existe la desigualdad social basada en la dependencia económica. El grupo, por otra parte, está inactivo (la barca no está en movimiento), es decir, no se propone una misión que cumplir. Los únicos que se preparan para la actividad son los dos hermanos (“que estaban en la barca poniendo a punto las redes”), y es a ésos a los que llama Jesús.
Los demás pasajes en que aparece una barca están en relación con Jesús. El sube por primera vez a una barca cuando va a proponer las parábolas a la multitud (4,1). No se dice que sube “a la barca”, sino “a una barca”, indicando ser una entre otras que podía haber utilizado; de hecho, “otras barcas estaban con él” (4,36). Es decir, no existe una barca que sea “la barca de Jesús”; la que usa en las travesías es la de los discípulos”, que están presentes en ella (4,38: “Maestro”; 6,45; 8,10). Como sucede con la casa “casa”, esta “barca” no representa a la entera comunidad de Jesús, sino a un grupo perteneciente a ella, en este caso el de los discípulos.
Las tres travesías terminan o deberían terminar en territorio fuera de Galilea (5,1: Gerasa; 6,45: Betsaida, aunque el viento desvía la ruta hacia Genesaret, cf. 6,53; 8,10.22a: Dalmanuta, Betsaida). Es decir, la barca, en la que se viaja con Jesús, representa a un grupo activo de seguidores, orientado a la misión universal. Es, por tanto, una figura que está en relación con la de “la pesca de hombres” (Mc 1,17 par.); el hecho de que las travesías deban terminar en territorio pagano confirma la universalidad implícita en el objeto de la misión, los “hombres” (1,17: “pescadores de hombres”, sin distinción).

lunes, 9 de marzo de 2009

LA CASA

LA CASA.
A primera vista, un término tan común y concreto como “casa” no debería ofrecer muchas posibilidades de interpretación. Sin embargo, si se reflexiona, no extrañará que los evangelistas utilicen la casa como figura de realidades comunitarias.
En primer lugar, hay que tener en cuenta que en el griego de los evangelios hay dos términos para “casa”; el primero (oikos) se refiere ante todo al local o habitación, aunque puede significar también la familia y el linaje (cf Gn 7,1); lo traduciremos por “casa”. El segundo término (oikía) designa más bien la familia, las relaciones humanas que existen dentro de la casa; por eso, para distinguirlo del primero, lo señalaremos como “casa/hogar”.
En el AT, la “casa de Dios” o “casa del Señor” son fórmulas estereotipadas para designar el santuario (Gn 28,17.19; 2 Sm 12,20). En los evangelios sinópticos se habla de la “casa de Dios” (Mc 2,26 par.) con referencia a la tienda del desierto (cf. 1 Sm 21,1-10) o al templo; en su denuncia cita Jesús el texto de Is 56,7 (Mc 11,17 par.: “Mi casa será llamada casa de oración”) o lo llama “la casa de mi Padre” (Jn 2,16).
Para expresar la unidad de la nación, estirpe o familia, se usan locuciones que indican su procedencia de un único antepasado, como “la casa de Israel (Mt 10,6; 15,24; cf. Éx 16,31: 2 Sm 1,12) o “la casa de Jacob” (Lc 1,33) para designar al pueblo judío; “la casa de David” (Lc 1,27.69; 2,4) para la estirpe real de David (cf. 1 Sm 20,16; 1 Re 12,16; 13,2).
En el Evangelio de Marcos, los términos “casa” y “casa/hogar” tienen sentidos diferentes, que corresponden más o menos a los del griego clásico. La “casa” significa más bien el lugar de habitación, el linaje, el patrimonio, y dice menos relación a la vida personal; la “casa/hogar” insiste más en la vinculación del hombre a su domicilio, a la organización que en él mantiene y a los que en él habitan.
En Marcos, los casos más interesantes son aquellos en los que aparece “casa” (siempre sin artículo) en relación con Jesús. Se encuentra por primera vez en Mc 2,1 (en Cafarnaún): “pasados unos días, se supo que estaba en casa”; luego, en 3,20 (lugar impreciso): “Fue a casa, y se reunió de nuevo tal multitud de gente, que [los Doce/los discípulos] no podían ni comer”; en 7,17 (lugar impreciso): “Cuando entró en casa separándose de la multitud, le preguntaron sus discípulos”; finalmente en 9,28 (lejos de Cafarnaún): “Cuando entró en casa, sus discípulos le preguntaron aparte.” Los que están en casa son siempre judíos, ya sean los habitantes de Cafarnaún (2,2), ya los Doce o los discípulos, que proceden de la institución judía. Como se ve, de estos cuatro casos, sólo en el primero “está” Jesús “en casa”. En los otros tres, “va” o “entra en casa”.
En el primer pasaje citado (2,1), en Cafarnaún, capital judía de Galilea, la gente se congrega en la casa, y en ella están sentados o “instalados” algunos letrados (2,6). Para encontrar el sentido que Marcos da a esta “casa” hay que tener en cuenta tres datos: 1) es un lugar donde está Jesús; 2) es un lugar donde se congrega (verbo griego, sinágô, del que deriva “sinagoga”) la gente, y 3) es lugar de los letrados, es decir, de los maestros oficiales, los que enseñaban en la sinagoga.
Ahora bien: si intentamos conjugar estos tres datos, puede deducirse que una “casa” que engloba a los israelitas de Cafarnaún y a sus estructuras religiosas (sinagoga, letrados), y donde “está” también Jesús, no puede ser otra que “la casa de Israel”, que representa al pueblo como tal. Jesús, que aún no se ha visto forzado a romper con la institución judía, como sucederá algo más tarde (3,6-7a), se encuentra, por tanto, en este momento dentro de su ámbito. Eso explica que aparezca una “multitud” (2,4) y no se mencionen por separado “los discípulos”; éstos, como Jesús, están aún integrados en las estructuras de su pueblo.
Los otros tres pasajes en que aparece “casa” en relación con Jesús (3,20: 7,17; 9,28) presentan semejanzas y diferencias con el de Cafarnaún. En primer lugar, los tres se encuentran después de la ruptura de Jesús con la sinagoga (3,6-7a) y de la constitución de los Doce (alusión a las doce tribus), o Israel mesiánico (3,13-19). Por ello, al analizar estas tres menciones de “la casa” habrá que tener en cuenta que la constitución del nuevo Israel ha llevado consigo la invalidación del antiguo, representado por la “casa” de Cafarnaún.
En estos tres pasajes, Jesús ya no está “en casa”, sino que “va a” (3,20) o “entra en casa” (7,17; 9,28). Además, en los tres la casa carece de localización precisa; sus ocupantes son los Doce/los discípulos (el nuevo Israel), y nunca se mencionan los letrados. Es decir, en paralelo con “la casa de Israel”, que aparecía en Cafarnaún, después de la ruptura de Jesús con la institución judía aparece la nueva “casa de Israel”, la del Israel mesiánico, representado por los Doce/los discípulos.
El hecho de que esta “casa” tenga diferentes localizaciones no es simplemente una incongruencia del evangelista, sino una marca para indicar que la nueva “casa de Israel” no está vinculada a una tierra, como la antigua, sino que existe dondequiera se encuentren los que componen el nuevo Israel. En Marcos, ella es el lugar de los discípulos, es decir, de los seguidores de Jesús procedentes del judaísmo, a los que él ha confiado una misión universal (cf. 3,14; 6,7ss).
Esta nueva “casa” se menciona por primera vez en 3,20, inmediatamente después de la constitución de los Doce (3,13-19); a ella va Jesús y allí aparecen ellos, ahora distintos de la multitud (“Fue a casa, y se reunió de nuevo tal multitud de gente, que no podían ni comer”). Es como si los Doce estuvieran ya “en casa”, esperando comer con Jesús.
La segunda y tercera vez (7,17; 9,28), Jesús entra “en casa”. En ella se encuentran los discípulos, quienes le proponen en cada caso una pregunta que provoca un reproche de Jesús (7,18: “¿Así que tampoco vosotros sois capaces de entender?”; 9,28: “Esta ralea no puede salir con nada, más que pidiéndolo”). Esto muestra la incomprensión que encuentra Jesús entre sus seguidores procedentes de la institución judía.
El hecho de que Jesús no “esté”, sino que solamente “vaya” o “entre” en esta “casa” del nuevo Israel, corresponde a la concepción de Marcos (también de Lucas) de que la comunidad de Jesús está compuesta por dos grupos: el que procede del Judaísmo (los Doce/los discípulos) y el de los seguidores que no proceden de él (cf. 2,15: “recaudadores y descreídos”). Jesús “está” o “se sienta” solamente en “la casa/hogar”, que representa a su entera comunidad (2,15; 9,35), no queda acaparado por una parte de ésta.
Una vez comprendido el sentido de la “casa” se pueden interpretar otros pasajes. Así, en 8,26, donde Jesús le dice al ciego curado (que representa a los discípulos) que se marche “a su casa”, y añade: “¡Ni entrar siquiera en la aldea!”, está recomendando a los discípulos que vivan en la nueva comunidad, que es la suya, y no se integren en el Israel que profesa las doctrinas de la institución judía. Tienen que mantener la ruptura que han hecho al responder al llamamiento de Jesús.
Más en general, “casa” designa en Marcos un espacio o territorio en cuanto está habitado por una determinada comunidad o grupo humano. Existen así, como se acaba de exponer, la “casa” del antiguo Israel (2,1) y la del nuevo Israel (3,20; 7,17; 8,26; 9,28). Ahora bien: desde que existe el nuevo Israel, la “casa” del antiguo queda reducida a ser “la casa del jefe de la sinagoga” (5,38), personaje que representa a las autoridades religiosas judías, bajo cuyo dominio está una parte del pueblo. De pueblo elegido por Dios (“casa de Israel”), el pueblo judío ha pasado a ser una masa de gente regida por una institución religiosa (“casa del jefe de sinagoga”).
Existe también “la casa” de la humanidad no israelita, representada por el paralítico (2,11: “Levántate, carga con tu camilla y márchate a tu casa”) y la de grupos o pueblos paganos (5,19 [al geraseno]: “Márchate a tu casa con los tuyos”; 7,30 [de la mujer sirofenicia]: “Al llegar a su casa encontró a la chiquilla echada en la cama”; 8,3 [de la multitud a la que Jesús reparte el pan la segunda vez]: “si los mando a su casa en ayunas, desfallecerán en el camino”).
El otro término (oikía), que designa la casa/hogar, aparece en los evangelios en el sentido de “casa” habitada (Mt 5,15; 7,24ss; 10,12), de “familia” (Mt 10,12; 12,25; Mc 6,4).
En el Evangelio de Marcos, desde el primer caso que aparece se manifiesta un ambiente de relación personal. En 1,29, la “casa/hogar” de Simón y Andrés incluye el vínculo de hermandad entre ellos y una familia de la que se nombra a la suegra de Simón (1,30s). Un poco más adelante, en Mc 2,15, “la casa/hogar” es el escenario de una comida en la que participan Jesús, los discípulos y un numeroso grupo de “recaudadores y pecadores”. En otro pasaje se habla de la división en el seno de una casa/familia (3,25) o del desprecio por un profeta “en su casa”, es decir, entre sus familiares (6,4). Paralelamente en otros casos (6,10; 7,24; 9,33).
Hay un pasaje en el que parecen explicitarse los contenidos de la casa/hogar. Se trata de Mc 10,29s, donde dice Jesús: “No hay ninguno que deje casa, hermanos o hermanas, madre o padre, hijos o tierras… que no reciba cien veces más: ahora, en este tiempo, casas, hermanos y hermanas, madre, hijos y tierras”; en este caso, la “casa” (oikía) parece incluir todo lo que sigue. En otro lugar de Marcos, en cambio, “la casa/hogar” se refiere ante todo a la propiedad, a los bienes (Mc 12,40 par.: “ésos [los letrados] que se comen los hogares de las viudas con pretexto de largos rezos”).
En Marcos, por tanto, “la casa/hogar” añade a la simple “casa” la vinculación entre los que se encuentran en ella o componen la familia o, al menos, entre el dueño y los objetos que la casa encierra. Según los casos, se insiste en uno u otro aspecto, dominando, sin embargo, el de hogar/familia.
Interesante es el texto de Jn 14,2s: “en el hogar de mi Padre hay vivienda para muchos”, que puede explicitarse de esta manera: “la familia de mi Padre está abierta para todos”