sábado, 2 de enero de 2010

El epiléptico.

El epiléptico.
(Mc 9,14-29 par)

Otro caso se encuentra en el episodio del padre con el hijo epiléptico (Mc 9,14-29; Mt 17,14-20; Lc 9,37-43a), donde aparecen tres actores: el padre, el hijo y la multitud.

El verdadero personaje es la multitud, que aparece en primer lugar (9,14). Desesperada por su situación y desengañada de los letrados, ha buscado solución en los discípulos, pero en vano, pues éstos, incapaces de hacer frente a los letrados, no responden a sus expectativas (9,15-18). La presencia de Jesús suscita una esperanza. Para mostrar la actitud ambivalente de la multitud ante Jesús, el texto la desdobla en dos actores: el hijo y el padre; el primero encarna la desesperación; el segundo, la esperanza, que vislumbra en Jesús un liberador. Desde el momento en que aparecen el padre con su hijo como representantes de la multitud, ésta desaparece de escena (la multitud que acude en 9,25 es otra).

Las marcas que inserta el texto para reconocer el carácter figurativo de los actores son numerosas. En primer lugar, la posesión por un espíritu inmundo, que en el evangelio es figura de una ideología fanática de violencia; como en el caso del geraseno, ésta lo lleva a la destrucción. La inutilidad de los conatos violentos a que lo impulsa el fanatismo está indicada por la frase: “muchas veces lo arroja al fuego y al agua para destruirlo”; “el fuego” alude a Elías, el profeta de fuego, prototipo de reformismo violento; “el agua”, a Moisés y al éxodo de Egipto, en el que el pueblo obtuvo la libertad mediante la derrota y muerte de sus enemigos.

Es decir, una parte de la multitud (el hijo) busca la liberación en la violencia; otra (el padre), escarmentada de una violencia que no lleva más que a la autodestrucción, busca una alternativa. Naturalmente, es el padre (figura adulta) el que entabla el diálogo con los discípulos y luego con Jesús. El hijo (figura infantil, la parte fanática de la multitud) permanece mudo y sordo (9,25), es decir, no pide ayuda ni atiende a razones; está cerrado a todo argumento o diálogo.

La petición del padre no se refiere solamente al hijo, sino que engloba en un plural a padre e hijo (=multitud): “Si algo puedes, conmuévete por nosotros y ayúdanos”; en cambio, la afirmación sobre la fe insuficiente se refiere sólo al padre (=la parte esperanzada de la multitud): “Fe tengo, ayúdame tú en lo que me falta.” Hay, pues, dos peticiones de ayuda: la primera, que pide a Jesús que los saque de la situación, se refiere a todos (“nosotros”); la segunda, que pide ser capaz de confiar plenamente en Jesús, sólo a una parte, a los que ya ven en Jesús una posibilidad de solución.

La violencia de la salida del espíritu (= la dificultad en abandonar el espíritu de violencia; cf. 1,26): “Entre gritos y violentas convulsiones salió”, indica la resistencia que presentaban los fanáticos para dejarse convencer y, al mismo tiempo, la fuerza de persuasión de Jesús. Privado de su violencia, el individuo queda como muerto, no tiene razón para vivir (9,26), hasta que Jesús no lo levanta ofreciéndole una nueva posibilidad de vida (9,27; cf. 5,41s).

Otra marca la da el texto en la invectiva de Jesús: “¡Generación sin fe!” (cf. 6,6), que alude a Dt 32,4, donde Moisés se dirige al pueblo (la generación del desierto) acusándolo de su infidelidad a Dios. Jesús acusa de ella a la generación contemporánea suya (la generación del Mesías), que abarca a todos los presentes, letrados, discípulos y multitud. No se trata, pues, aquí de un problema circunscrito a un padre y un hijo, sino de una actitud que afecta a la sociedad de aquel tiempo.

La falta de fe de aquella generación la había encontrado Jesús en “los de su tierra” (6,6), donde fue rechazado; el paralelo insinúa que la causa de ambas incredulidades es la misma; el extremismo fanático que buscaba la solución en la violencia.

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