domingo, 11 de enero de 2009

SATANÁS, REALIDAD O RECURSO SIMBÓLICO.

SATANÁS.
a) USO Y SIGNIFICADO DE LA PALABRA EN EL A.T Y EL JUDAÍSMO.

“Satán” o “Satanás” es una palabra hebrea que significa “adversario”, “contrincante/opositor malvado”; la traducción griega fue casi siempre diábolos, derivado de un verbo diabállô, que significa entre otras cosas, “acusar, calumniar, falsear, engañar”. A través del latín, el griego ha dado origen al español “diablo”.
En el texto hebreo del Antiguo Testamento, la palabra se usa ante todo para hombres. Ejemplos: 1 Sm 29,4 donde los generales filisteos consideran a David un potencial “satán” o adversario a traición, “que no baje al combate con nosotros, no sea que se vuelva contra nosotros”; lit.: “no sea que en el combate sea un adversario [un satán] para nosotros”).
También se le llama así a Rezón el líder faccioso y luego rey de Siria (1 Re 11,23: “También suscitó el Señor como adversario [ satán ] de Salomón a Rezón”; 11,25: “Fue adversario [satán] de Israel durante todo el reinado de Salomón”), e incluso al ángel que interceptó el camino de Balaam (Nm 22,22: “el ángel del Señor se plantó en el camino haciéndole frente”; lit.: “como un adversario [un satán] contra él”; 22,32: “Yo he salido a hacerte frente”; lit.: “como un adversario [un satán]”).
Otras veces significa el adversario que acusa en un juicio (Sal 109,6: “Nombra contra él un malvado, un acusador [un satán] que se ponga a su derecha”). Se ve claramente que, en su origen, la palabra “satán” era solamente un apelativo común para hombres.
Llega un momento en que la realidad del adversario humano se traslada al cielo. En el libro de Job aparece por primera vez “el satán” como un ser celeste que acusa a los justos ante Dios (el fiscal de la corte celeste). Así, en Job 1,6: “Un día fueron los ángeles y se presentaron al Señor; entre ellos llegó también Satanás (lit.: “el satán”, nombre de oficio). El Señor le preguntó, etc.”. Ante el elogio que hace Dios de Job (1,8), Satanás muestra su desconfianza (1,9): “¿Y crees tú que su religión es desinteresada?, etc.”. De modo parecido , en 2,1.
Se encuentra también un “satán” en la cuarta visión de Zacarías (3,1s), donde el profeta asiste a una especie de juicio: el sumo sacerdote es acusado por un fiscal de oficio (“el satán”, como el de Job 1-2), que exagera los cargos y no puede probarlos, por lo que el juez lo llama al orden: “Después me enseñó al sumo sacerdote, Josué, de pie ante el ángel del Señor. A su derecha estaba el satán acusándolo. El Señor dijo al satán: “El Señor te llama al orden, satán”.
Se usa como nombre propio en 1 Cr 21,1; “Satán se alzó contra Israel e instigó a David a hacer un censo de Israel”, pero este Satán no es más que una personificación de la “ira de Dios”, pues en 2 Sm 24,1 se relata el mismo episodio de esta manera: “El Señor volvió a encolerizarse contra Israel (lit.: “de nuevo la ira de Dios se encendió contra Israel”) e instigó a David contra ellos: “Anda, haz el censo de Israel y Judá”.
En el primer libro de los Macabeos se aplica todavía diábolos a un grupo de judíos renegados (1 Mac 1,36: “se convirtieron en…una continua amenaza [en un diablo continuamente malvado] para Israel”; en cambio, en el libro de la Sabiduría, de principios de la era cristiana, toma el sentido moderno de un agente de maldad (Sab 2,24: “la muerte entró en el mundo por envidia del diablo”).
En resumen: en el A.T, “satán” es un término que originalmente se aplica a hombres con el significado de adversario o enemigo; de ahí pasa a designar una especie de fiscal celeste, miembro de la corte de Dios, y acusa a los hombres ante él (Job 1,6-12; 2,1-7); sólo más tarde, separado ya de la corte celeste, se llama “Satanás” a un espíritu enemigo del hombre, que procura su ruina y quiere destruir la obra de Dios (Sab 2,24).
En los escritos de Qumrán el nombre del mal espíritu es Belial. Influidos, sin duda, por el dualismo persa, se dice en ellos que Dios creó dos espíritus: el de la luz y el de las tinieblas (Belial), y que los dos ejercen su poder en el presente. “El Satán” ya no es un acusador y, en consecuencia, no tiene acceso al cielo ni a Dios.

b) EN LOS EVANGELIOS.

Marcos 1,12S: La tentación en el desierto.
Veamos ahora el cambio introducido por los evangelistas en la idea de “Satanás” o “el diablo”. En el Evangelio de Marcos, dentro de la sociedad judía figurada por “el desierto” “ Satanás” representa un agente que va a inducir continuamente a Jesús a traicionar su compromiso. Sin embargo, en todo el relato evangélico la figura de Satanás no vuelve a aparecer en contacto con Jesús. Esto indica que, como “el desierto”, “Satanás” es una figura simbólica, en este caso una personificación. Marcos ha utilizado la figura tradicional del Enemigo del hombre, pero dándole un nuevo significado.
El significado de la figura de Satanás lo indica Marcos, en primer lugar, al colocar la tentación de Jesús en “el desierto”, lugar clásico para levantamientos con más o menos acentuado carácter mesiánico; era tradicionalmente el emplazamiento de los cabecillas o agitadores que alistaban secuaces con la intención de conquistar el poder. La inactividad de Jesús en esta escena de Marcos, donde no aparecen otros personajes humanos (1,12s: “estuvo en el desierto cuarenta días”), se opone precisamente a la actividad sediciosa y guerrera asociada a los cabecillas que se retiraban al desierto para empezar desde allí la rebelión.
En Marcos, Satanás representa, por tanto, el poder y la ideología de poder, que lo presenta como un valor positivo y tienta a los hombres excitando en ellos la ambición de superioridad y dominio. La tentación de poder pretende disuadir a Jesús de llevar a cabo su entrega por el bien de los hombres, expresada en el bautismo, entrega que excluía el triunfo terreno y ponía en peligro su vida, e inducirlo a adoptar un mesianismo de violencia, cuyo objetivo fuese la conquista del poder político.

La tentación de poder aparece continuamente en el evangelio: el poseído de la sinagoga, al llamar a Jesús “el Consagrado por Dios” (1,24), equivalente de Mesías, lo está incitando a hacerse líder del pueblo; lo mismo los endemoniados de Cafarnaún, “que sabían quién era” (1,34), el entusiasmo popular en aquella ciudad, secundado por los discípulos (1,37 “Todo el mundo te busca”), las masas judías y paganas que le rinden homenaje como al Hijo de Dios (3,11), etc.
Más claramente en Mc 8,33, donde Jesús llama a Pedro “Satanás”, precisamente por oponerse al destino del Hombre que él ha anunciado, y que incluye el rechazo y la muerte.
La identificación de Satanás con la ideología del poder y con los que la proponen aparece claramente en Mc 8,33, donde Jesús llama a Pedro “Satanás”, precisamente por oponerse al destino del Hombre que él ha anunciado, y que incluye el rechazo y la muerte.

Marcos 3,23ss: La controversia con los letrados de Jerusalén.
Es interesante analizar el dicho de Jesús en Mc 3,23 par.; distinguimos, por ser importante, los casos en que la palabra “Satanás” va en griego sin artículo (es español con “un”) del caso en que lo lleva: sin artículo indica a un partidario o agente de Satanás (del poder), que lleva su mismo nombre, “enemigo”; con artículo (“el”), a Satanás mismo (el poder y su ideología): “¿Cómo puede (un) Satanás expulsar a (un) Satanás? Si un reino se divide internamente, ese reino no puede seguir en pie; …si (el) Satanás se ha levantado contra sí mismo y se ha dividido, no puede tenerse en pie, le ha llegado su fin.”
El dicho es la respuesta de Jesús a la acusación de los letrados de que Jesús tenía dentro a Belcebú y que expulsaba a los demonios (en Cafarnaún, 1,32-34) con el poder del jefe de los demonios (3,22). Belcebú era el nombre popular, despectivo y probablemente supersticioso, que se daba al diablo; aparece en el AT (2 Re 1,2.3.6.16, el dios de Ecrón) y el nombre se interpretaba irónicamente “señor de las moscas”; significaba “señor de la (celeste) morada”, aunque los judíos lo llamasen “dios del estiércol”, modo de despreciar los sacrificios paganos. Belcebú se interpretaba como un espíritu malo.
Jesús no utilizaba ese nombre, que daba pie a la creencia en un ser maligno, emplea el término “Satanás”, que ya ha aparecido en el evangelio como la personificación del poder enemigo del hombre. Su razonamiento es el siguiente:
a) Él “expulsa a los demonios”, es decir, hace que el fanático violento de una ideología de poder (un [partidario/agente de ] Satanás) renuncie a ella.
b) Según sus adversarios, eso lo hace porque Jesús mismo estima y ambiciona el poder (es otro [partidario/agente de] Satanás).
c) Consecuencia: si un partidario del poder les quita a otros partidarios la estima del poder, le está minando el terreno al poder como tal (el Satanás), objeto de su propia ambición. Si el poder se combate a sí mismo eliminando su ideología, está perdido. Si Satanás tuviese agents que liberasen a los hombres de la estima y del deseo del poder, él mismo estaría provocando su propia ruina.
De hecho, quien sea agente del poder o lleve en sí la ambición de poder
nunca dará libertad al hombre ni lo persuadirá a abandonar la ideología de poder y violencia que lo posee (el demonio o espíritu inmundo). Dar libertad es arruinar el poder, ajeno o propio. En consecuencia, a ese tal no le interesaría liberar a los poseídos (fanáticos del poder y la violencia) de su manera de pensar, sino ganarlos para su causa.
De ahí el dicho siguiente (Mc 3,27 par.), en el que aparece una figura satánica, la del “fuerte”: “Pero no, nadie puede meterse en casa del fuerte y saquear sus bienes si primero no ata al fuerte; entonces podrá saquear su casa.” En el contexto, el significado es claro: “saquear los bienes del fuerte” describe figuradamente la actividad de Jesús, que está sacando a la gente fuera de la institución religioso-política jurdía (“el fuerte”). Nótese que Jesús no pretende tomar posesión de la casa, es decir, apoderarse del poder, sino “saquearla” o, lo que es lo mismo, hacer que los hombres la abandonen. Es exactamente lo que está haciendo al causar el descrédito de la enseñanza oficial (Mc 1,22ss).
“Atar el fuerte” significa impedirle defender lo que tiene por suyo. El poder domina a los hombres cuando éstos prestan adhesión a su ideología; al desvincularlos Jesús de esta ideología, “el fuerte” queda impotente. Tiene que contemplar cómo se llevan lo que era suyo, sin poder retenerlo, porque son sus antiguos súbditos quienes sustraen ellos mismos a su dominio. Pero sólo es capaz de llevar a cabo ese cambio en los hombres y el consiguiente desmantelamiento de la institución de poder aquel sobre el que Satanás no tiene el mínimo influjo, es decir, el que es inmune a la tentación de poder (1,14).
Paralelamente, es la ideología y ambición de poder (“Satanás”) la que hace que el hombre se cierre al mensaje, como lo expresa Mc 4,15 par.: “Estos son “los de junto al camino”: aquellos donde se siembra el mensaje, pero, en cuanto lo escuchan, llega Satanás y les quita el mensaje sembrado en ellos.”

En Mateo y Lucas.
En los Evangelios de Mateo y Luchas, la identificación de “Satanás” o “el diablo” con el poder es manifiesta en la tercera tentación (Mt 4,8-10; en Lc 4,5-8, la segunda), donde el tentador ofrece a Jesús el dominio del mundo a condición de que le rinda homenaje. El poder se diviniza, como lo indica la mención del monte o de la altura (Mt 4,8: “lo llevó el diablo a un monte altísimo”; Lc 4,5: “llevándolo a lo alto”; y usurpa el lugar de Dios, es decir, se hace valor supremo y pide homenaje sin reservas.
También en el Evangelio de Mateo Pedro increpa a Jesús, que ha anunciado su rechazo y muerte: “¡Líbrete Dios, Señor! ¡No te pasará a ti eso!” Jesús corta en seco al que quiere impedir su misión: “¡Vete! ¡Ponte detrás de mí, Satanás!” (Mt 16,22s). Con su actitud, Pedro encarna la figura de Satanás.
De modo parecido, en el mismo Evangelio, cualquiera que proponga la ideología del poder es un enemigo/diablo, como el que siembra la cizaña en medio del trigo (Mt 13,28.39).
Según Mateo, el lugar del “diablo” no es el infierno: lo que se dice en su Evangelio es que el fuego inextinguible (que equivale a destrucción) está preparado para él y sus ángeles (Mt 25,41).

En Lc 13,10ss, la última vez que enseña Jesús un sábado en una sinagoga aparece “una mujer que llevaba dieciocho años enferma por causa de un espíritu y andaba encorvada, sin poderse enderezar del todo”. Jesús la cura y se indigna porque, por ser sábado, el jefe de sinagoga se oponía a la curación. Después de echarles en cara que no les importa que sea día de precepto para cuidar de los animales, añade (v. 16): “Y a ésta, que es hija de Abrahán y que Satanás ató hace ya dieciocho años, ¿no había que soltarla de su cadena en día de precepto?”
Acostumbrados ya al estilo de los evangelistas, podemos observar: a) la mujer, figura del pueblo, tiene un espíritu que la pone enferma y la tiene encorvada, es decir, que le impide alcanzar su plena estatura humana (v.10); b) en realidad, el que la tiene atada es Satanás, el poder religioso (v.16); c) Lucas insiste en el número “dieciocho años” (13,11.16), indicando su importancia; puede significar el repetido e irremediable fracaso humano causado por el espíritu inmundo.
El espíritu que produce la enfermedad representa, por tanto, el influjo de Satanás sobre el pueblo, es decir, la interiorización por éste de los principios del poder religioso, expresados en el precepto del sábado. El sábado o día de precepto, figura de la Ley, prohíbe la curación de los hombres: es el enemigo del hombre. La creencia en la legitimidad de esa observancia y en la institución que la impone es el espíritu que siempre ha impedido al pueblo su desarrollo humano.

En Juan.
En Jn 2,16, Jesús llama al templo “una casa de negocios” ( “Dejad de convertir la casa de mi Padre en una casa de negocios”), indicando que el dios falso que ha suplantado al Dios verdadero es el dinero y la ambición de riquezas. El dios falso, el poder del dinero, es el Enemigo del hombre (el “diablo” o “Satanás”).
El enemigo es homicida y embustero (8,44): el poder del dinero es agente de mentira y de muerte. Es “padre” de los dirigentes y “padre” de la mentira (8,44); es decir, la ambición y culto del dinero da origen a dos realidades: un círculo de poder (los dirigentes) y una ideología (la mentira).
En Mateo y Juan, “el Malo” o “Perverso” (Mt 5,37; 6,13; Jn 17,15) es una denominación del Enemigo, el poder/dinero, que indica su maldad intrínseca y lo presenta como inspirador del “modo de obrar perverso” propio del mundo (Jn 7,7).

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