EL HIJO DE LA VIUDAD E NAÍN
(LC 7,11-17)
El caso de la viuda de Naín es parecido, pero está referido a Israel. Vuelve el simbolismo de la viudez, que en el contexto israelita significa la ausencia de Dios.
La madre es, pues, figura de la ciudad/nación (Sión); el hijo único, figura del pueblo. Hay alusiones a dos casos del AT: la resurrección del hijo de la viuda de Sarepta por obra de Elías (1 Re 17,8-24) y la del hijo de la sunamita por obra de Eliseo (2 Re 4,32-37).
La ausencia de Dios provoca la muerte del pueblo; la situación de Israel conmueve a Jesús (sentimiento divino) y detiene al pueblo en su camino hacia la muerte definitiva (el entierro).
Comentarios al evangelio, figuras, símbolos, etc; realizadas por Juan Mateos.
JUAN MATEOS
EL MENSAJE DE JESÚS.
ÍNDICE DE LOS ARTÍCULOS.
lunes, 21 de diciembre de 2009
La sirofenicia y su hija.
LA SIROFENICIA Y SU HIJA
(MC 7,24-31 PAR)
Para interpretar el caso de la sirofenicia hay que tener en cuenta el episodio del geraseno (Mc 5,2-20), donde aparecía el endemoniado, figura de los esclavos en rebelión contra una sociedad que ponía el dinero por encima del bien del hombre. En Mc 7,24-31, las figuras de la madre y de la hija representan a la misma sociedad pagana en sus dos sectores, el de los opresores (la madre) y el de los oprimidos (la hija), como lo muestra la doble afirmación sobre la hija: que estaba poseída por un espíritu inmundo (7,25) y que tenía un demonio (tres veces: 7,26.29.30), lo mismo que se había afirmado del geraseno (espíritu inmundo: 5,2. 8.12; endemoniado: 5,15.16.18).
Marcos subraya el carácter representativo de la hija usando para ellas los mismos términos que emplea para la hija de Jairo (“hijita”: 7,25; 5,23; “hija”: 7,27.29; 5,35; “chiquilla”: 7,30; 5,39.40.41).
(MC 7,24-31 PAR)
Para interpretar el caso de la sirofenicia hay que tener en cuenta el episodio del geraseno (Mc 5,2-20), donde aparecía el endemoniado, figura de los esclavos en rebelión contra una sociedad que ponía el dinero por encima del bien del hombre. En Mc 7,24-31, las figuras de la madre y de la hija representan a la misma sociedad pagana en sus dos sectores, el de los opresores (la madre) y el de los oprimidos (la hija), como lo muestra la doble afirmación sobre la hija: que estaba poseída por un espíritu inmundo (7,25) y que tenía un demonio (tres veces: 7,26.29.30), lo mismo que se había afirmado del geraseno (espíritu inmundo: 5,2. 8.12; endemoniado: 5,15.16.18).
Marcos subraya el carácter representativo de la hija usando para ellas los mismos términos que emplea para la hija de Jairo (“hijita”: 7,25; 5,23; “hija”: 7,27.29; 5,35; “chiquilla”: 7,30; 5,39.40.41).
El ciego de nacimiento.
EL CIEGO DE NACIMIENTO.
(JN 9,1-12)
El episodio del ciego de nacimiento presenta el segundo caso de ceguera en Juan (9,1ss) y se aprecian en él semejanzas al mismo tiempo que diferencias con el episodio del inválido que acaba de exponerse. En ambos se menciona una piscina, pero una es de aguas agitadas (5,7: “cuando se agita el agua”), mientras en la otra, la de Siloé, según Isaías, el agua corre mansa”). En ambos casos hay ceguera, pero en uno es ceguera culpable (5,14: “No peques más, no sea que te ocurra algo peor”) y en el otro sin culpa (9,3: “No había pecado él ni tampoco sus padres”).
Teniendo en cuenta el carácter figurado de la ceguera en los evangelios y el precedente de la ceguera en el inválido, no hace falta demostrar que también en este caso tiene el mismo sentido. Queda por ver de qué modo este personaje es representativo y a quiénes representa. El hecho de que no lleve nombre ni se indique el tiempo ni el lugar de su curación son, como se ha visto en ejemplos anteriores, indicios de que nos encontramos ante un personaje representativo.
En primer lugar, como se ha expuesto en el párrafo anterior, el sentido de la ceguera en Juan es que, por obra de “la tiniebla” o ideología de la Ley, el hombre no puede percibir el amor de Dios ni comprender su proyecto sobre el hombre; siendo esto así, el hecho de que este personaje sea “ciego de nacimiento” ha de significar que ha vivido siempre en un ambiente donde el influjo de la ideología opresora ha sido tan fuerte e indiscutido que nunca se le ha podido ocurrir que fuera posible otro modo de pensar. Se deduce ya que, al tratarse de una ceguera figurada, puede incluir a todos lo que estén en las mismas condiciones.
Pero, además de éste, el texto proporciona otro argumento, muy claro, para hacer notar que el ciego es una figura representativa. En efecto, después del encuentro con el ciego, pero antes de su curación, Jesús advierte a sus discípulos que tienen que trabajar con él realizando las obras del que lo envió (9,4), es decir, los asocia a una actividad como la que va a ejercer él. Indica con esto que la línea de liberación que él comienza con el ciego ha de ser continuada. El ciego representa, por tanto, no un individuo, cuya curación es efectuada por Jesús, sino una clase de gente a cuya liberación han de dedicarse los discípulos. Veamos si de los datos de la perícopa puede deducirse de qué gente se trata.
Según lo antes dicho, la figura del ciego muestra la de un individuo nacido y criado en un círculo donde la autoridad del sistema ha sido máxima y del que no ha salido nunca. No ha conocido más que “la tiniebla”. Como lo afirma Jesús, esto no ha sucedido por culpa propia del hombre ni por su educación familiar (9,3: “Ni había pecado él ni tampoco sus padres”), sino, si acaso, por culpa de otros. El hecho de que no haya sido culpa de sus padres significa que el ambiente de opresión en que ha vivido es ancestral, viene de generaciones atrás.
También este hecho hace ver que no se trata simplemente de un individuo particular, sino de grupos dentro de Israel que nunca han tenido la posibilidad de conocer algo distinto de lo que han encontrado en su entorno social; es gente, en consecuencia, que no desea ni espera curación, que dan por bueno lo único que conocen. De hecho, la condición humana del individuo se describe como la de “mendigo” (9,8), es decir, la del que no tiene medios de vida ni posibilidad de procurárselos; en su sociedad, vive de limosna, absolutamente dependiente de los demás. Esto lo asimila a una condición social ínfima, donde el hombre está privado de la condición humana.
El inválido de la piscina tenía esperanza, aunque fuera engañosa, de salir de su estado (5,7: el agua que se agitaba); éste no tiene esperanza porque no vislumbra siquiera la posibilidad de un cambio. No hay “bueno por conocer”.
La obra de Jesús con él consiste en mostrarle lo que puede ser el hombre, poniéndole por modelo su misma persona. Jesús escupe en tierra y “hace barro” con su saliva. Las palabras “polvo/arcilla”, “barro” (la arcilla mezclada con agua) son las que se usaban para describir la creación del hombre. Al usar el “barro”, Jesús reproduce simbólicamente esa creación. Pero no emplea agua para hacer el barro, sino su propia saliva.
De este modo, hay un elemento preexistente, la tierra, como en la creación del primer hombre; pero otro elemento, la saliva, que es personal de Jesús (9,6: “escupió en tierra”). En aquel tiempo, y aun hoy en ciertas culturas, se pensaba que la saliva, líquido orgánico de la persona, transmitía la propia fuerza o energía vital. La fuerza de Jesús es el Espíritu. La imagen de hombre que Jesús va a poner ante los ojos del ciego no es, por tanto, la de un hombre cualquiera, sino la del hombre, que es el mismo Jesús, la del Hombre-Dios (tierra-Espíritu), la del modelo de hombre, según el proyecto de Dios.
En conclusión: El ciego de nacimiento representa a ciertos grupos de ínfima condición social que viven en absoluta dependencia de los demás y que no aspiran a otra condición por no haber conocido nunca las posibilidades del hombre ni lo que significa serlo.
Jesús y, tras él, sus discípulos han de presentar a estos grupos lo que significa ser hombre en su máxima expresión, realizada en Jesús, para que puedan optar por ese ideal y salir así de su miserable estado.
(JN 9,1-12)
El episodio del ciego de nacimiento presenta el segundo caso de ceguera en Juan (9,1ss) y se aprecian en él semejanzas al mismo tiempo que diferencias con el episodio del inválido que acaba de exponerse. En ambos se menciona una piscina, pero una es de aguas agitadas (5,7: “cuando se agita el agua”), mientras en la otra, la de Siloé, según Isaías, el agua corre mansa”). En ambos casos hay ceguera, pero en uno es ceguera culpable (5,14: “No peques más, no sea que te ocurra algo peor”) y en el otro sin culpa (9,3: “No había pecado él ni tampoco sus padres”).
Teniendo en cuenta el carácter figurado de la ceguera en los evangelios y el precedente de la ceguera en el inválido, no hace falta demostrar que también en este caso tiene el mismo sentido. Queda por ver de qué modo este personaje es representativo y a quiénes representa. El hecho de que no lleve nombre ni se indique el tiempo ni el lugar de su curación son, como se ha visto en ejemplos anteriores, indicios de que nos encontramos ante un personaje representativo.
En primer lugar, como se ha expuesto en el párrafo anterior, el sentido de la ceguera en Juan es que, por obra de “la tiniebla” o ideología de la Ley, el hombre no puede percibir el amor de Dios ni comprender su proyecto sobre el hombre; siendo esto así, el hecho de que este personaje sea “ciego de nacimiento” ha de significar que ha vivido siempre en un ambiente donde el influjo de la ideología opresora ha sido tan fuerte e indiscutido que nunca se le ha podido ocurrir que fuera posible otro modo de pensar. Se deduce ya que, al tratarse de una ceguera figurada, puede incluir a todos lo que estén en las mismas condiciones.
Pero, además de éste, el texto proporciona otro argumento, muy claro, para hacer notar que el ciego es una figura representativa. En efecto, después del encuentro con el ciego, pero antes de su curación, Jesús advierte a sus discípulos que tienen que trabajar con él realizando las obras del que lo envió (9,4), es decir, los asocia a una actividad como la que va a ejercer él. Indica con esto que la línea de liberación que él comienza con el ciego ha de ser continuada. El ciego representa, por tanto, no un individuo, cuya curación es efectuada por Jesús, sino una clase de gente a cuya liberación han de dedicarse los discípulos. Veamos si de los datos de la perícopa puede deducirse de qué gente se trata.
Según lo antes dicho, la figura del ciego muestra la de un individuo nacido y criado en un círculo donde la autoridad del sistema ha sido máxima y del que no ha salido nunca. No ha conocido más que “la tiniebla”. Como lo afirma Jesús, esto no ha sucedido por culpa propia del hombre ni por su educación familiar (9,3: “Ni había pecado él ni tampoco sus padres”), sino, si acaso, por culpa de otros. El hecho de que no haya sido culpa de sus padres significa que el ambiente de opresión en que ha vivido es ancestral, viene de generaciones atrás.
También este hecho hace ver que no se trata simplemente de un individuo particular, sino de grupos dentro de Israel que nunca han tenido la posibilidad de conocer algo distinto de lo que han encontrado en su entorno social; es gente, en consecuencia, que no desea ni espera curación, que dan por bueno lo único que conocen. De hecho, la condición humana del individuo se describe como la de “mendigo” (9,8), es decir, la del que no tiene medios de vida ni posibilidad de procurárselos; en su sociedad, vive de limosna, absolutamente dependiente de los demás. Esto lo asimila a una condición social ínfima, donde el hombre está privado de la condición humana.
El inválido de la piscina tenía esperanza, aunque fuera engañosa, de salir de su estado (5,7: el agua que se agitaba); éste no tiene esperanza porque no vislumbra siquiera la posibilidad de un cambio. No hay “bueno por conocer”.
La obra de Jesús con él consiste en mostrarle lo que puede ser el hombre, poniéndole por modelo su misma persona. Jesús escupe en tierra y “hace barro” con su saliva. Las palabras “polvo/arcilla”, “barro” (la arcilla mezclada con agua) son las que se usaban para describir la creación del hombre. Al usar el “barro”, Jesús reproduce simbólicamente esa creación. Pero no emplea agua para hacer el barro, sino su propia saliva.
De este modo, hay un elemento preexistente, la tierra, como en la creación del primer hombre; pero otro elemento, la saliva, que es personal de Jesús (9,6: “escupió en tierra”). En aquel tiempo, y aun hoy en ciertas culturas, se pensaba que la saliva, líquido orgánico de la persona, transmitía la propia fuerza o energía vital. La fuerza de Jesús es el Espíritu. La imagen de hombre que Jesús va a poner ante los ojos del ciego no es, por tanto, la de un hombre cualquiera, sino la del hombre, que es el mismo Jesús, la del Hombre-Dios (tierra-Espíritu), la del modelo de hombre, según el proyecto de Dios.
En conclusión: El ciego de nacimiento representa a ciertos grupos de ínfima condición social que viven en absoluta dependencia de los demás y que no aspiran a otra condición por no haber conocido nunca las posibilidades del hombre ni lo que significa serlo.
Jesús y, tras él, sus discípulos han de presentar a estos grupos lo que significa ser hombre en su máxima expresión, realizada en Jesús, para que puedan optar por ese ideal y salir así de su miserable estado.
domingo, 20 de diciembre de 2009
El paralítico de la piscina.
EL PARALÍTICO DE LA PISCINA.
(Jn 5,1-9a)
El evangelio de Juan presenta la curación de un paralítico, pero en un contexto y de un modo muy diferente de los sinópticos. El episodio se encuentra en Jn 5,1-9a. Hay que preguntarse si también ese paralítico es un simple individuo o, de algún modo, una figura representativa del pueblo.
Para establecerlo hay que prestar atención a las delicadas marcas que pone Juan en la introducción del episodio. En primer lugar, la alusión a las ovejas: “Hay en Jerusalén, junto a la Puerta Ovejera” (5,2); esta puerta existía en Jerusalén (cf. Neh 3,1.32), y por ella entraban los rebaños en la ciudad; pero en su texto, el evangelista suprime la palabra “puerta” y deja solamente el adjetivo “Ovejera”, quitando así a la expresión todo aspecto de movimiento; el sentido queda limitado a “el lugar de las ovejas”, que utilizará más adelante en el evangelio (10,1ss), donde las ovejas son explícitamente figura del pueblo. Insinúa así Juan que la muchedumbre mencionada a continuación (5,3) representa al pueblo.
Para describir la piscina, Juan dice que tenía cinco “pórticos”, detalle histórico, pero completamente innecesario para el desarrollo de la narración que sigue. Sin embargo, la palabra “pórtico” es clásica para designar los soportales del templo (10,23: “el pórtico de Salomón”). Hay, pues, alguna relación entre la piscina y el templo: el templo explotador (2,16: “no convirtáis la casa de mi Padre en una casa de negocios”) es el lugar de la fiesta religiosa y el reducto de los dirigentes (5,1: “era la fiesta de los Judíos”); la piscina es el ámbito del pueblo (las ovejas), circundado por el templo (los pórticos), donde se enseñaba y desde donde se imponía la Ley, contenida en los cinco libros de Moisés (“cinco pórticos”). Juan aprovecha así un dato histórico para fundar un sentido figurado.
El paralítico forma parte de la muchedumbre del pueblo que yacía en los pórticos. Todos son enfermos, pero no de enfermedades diferentes, sino que, según la construcción del texto, todos padecen tres invalideces: todos son ciegos, todos están tullidos y todos están resecos o faltos de vida (5,3: “En ellos [ en los pórticos ] yacía una muchedumbre, los enfermos: ciegos, tullidos, resecos”). El hecho históricamente imposible de que todos padeciesen de las tres cosas da a la enfermedad un sentido figurado.
La ceguera, como ya se ha visto, es figura de la falta de comprensión, de la obcecación de la mente. En Juan, la ceguera es consecuencia de “la tiniebla” (1,5), símbolo de la ideología de la Ley, que impide conocer el amor de Dios por los hombres y la calidad y libertad a la que Dios llama al hombre. El pueblo, por tanto, está ciego por su sumisión a la Ley/tiniebla. “Tullido” es el que no tiene libertad de movimientos ni de acción; es la Ley la que, programando la vida del hombre lo priva de iniciativa. “Resecos”, sin vida, alude a la visión de los huesos secos o calcinados de Ez 37,1-14, que eran figura del pueblo sin vida. Así representa Juan la situación del pueblo, en contraste con la fiesta oficial.
La presencia de Jesús en este lugar recuerda el texto de Zac 10,2-3 (LXX): “Por eso fueron arrebatados como ovejas y maltrechos, porque no había curación… pero yo me cuidaré de los corderos y visitaré al Señor… su rebaño.”
En este contexto aparece la figura del enfermo que va a curar Jesús. Es uno de la “muchedumbre de enfermos” (5,4) y hay que ver si los representa a todos. Para ello, veamos el primer dato que da Juan sobre él: es que “llevaba treinta y ocho años en su enfermedad”. Extraña la precisión de la cifra; bastaba haber dicho “mucho tiempo”. Sin embargo, se descubre que esta cifra es la que da el libro del Deuteronomio para indicar que todos lo que salieron de Egipto murieron en el desierto (Dt 2,14: “anduvimos caminando treinta y ocho años, hasta que desapareció del campamento toda aquella generación de guerreros, como les había jurado el Señor. La mano del Señor pesó sobre ellos hasta que los hizo desaparecer del campamento. Y cuando, por fin, murieron los últimos guerreros del pueblo, el Señor me dijo: “Hoy vas a cruzar la frontera de Moab por Ar {la frontera de la tierra prometida]”).
El paralítico representa, pues, al Israel que nunca consiguió llegar a la tierra prometida. Es así figura representativa de todos los enfermos, es decir, del pueblo sometido y sin vida, descrito como “muchedumbre”.
(Jn 5,1-9a)
El evangelio de Juan presenta la curación de un paralítico, pero en un contexto y de un modo muy diferente de los sinópticos. El episodio se encuentra en Jn 5,1-9a. Hay que preguntarse si también ese paralítico es un simple individuo o, de algún modo, una figura representativa del pueblo.
Para establecerlo hay que prestar atención a las delicadas marcas que pone Juan en la introducción del episodio. En primer lugar, la alusión a las ovejas: “Hay en Jerusalén, junto a la Puerta Ovejera” (5,2); esta puerta existía en Jerusalén (cf. Neh 3,1.32), y por ella entraban los rebaños en la ciudad; pero en su texto, el evangelista suprime la palabra “puerta” y deja solamente el adjetivo “Ovejera”, quitando así a la expresión todo aspecto de movimiento; el sentido queda limitado a “el lugar de las ovejas”, que utilizará más adelante en el evangelio (10,1ss), donde las ovejas son explícitamente figura del pueblo. Insinúa así Juan que la muchedumbre mencionada a continuación (5,3) representa al pueblo.
Para describir la piscina, Juan dice que tenía cinco “pórticos”, detalle histórico, pero completamente innecesario para el desarrollo de la narración que sigue. Sin embargo, la palabra “pórtico” es clásica para designar los soportales del templo (10,23: “el pórtico de Salomón”). Hay, pues, alguna relación entre la piscina y el templo: el templo explotador (2,16: “no convirtáis la casa de mi Padre en una casa de negocios”) es el lugar de la fiesta religiosa y el reducto de los dirigentes (5,1: “era la fiesta de los Judíos”); la piscina es el ámbito del pueblo (las ovejas), circundado por el templo (los pórticos), donde se enseñaba y desde donde se imponía la Ley, contenida en los cinco libros de Moisés (“cinco pórticos”). Juan aprovecha así un dato histórico para fundar un sentido figurado.
El paralítico forma parte de la muchedumbre del pueblo que yacía en los pórticos. Todos son enfermos, pero no de enfermedades diferentes, sino que, según la construcción del texto, todos padecen tres invalideces: todos son ciegos, todos están tullidos y todos están resecos o faltos de vida (5,3: “En ellos [ en los pórticos ] yacía una muchedumbre, los enfermos: ciegos, tullidos, resecos”). El hecho históricamente imposible de que todos padeciesen de las tres cosas da a la enfermedad un sentido figurado.
La ceguera, como ya se ha visto, es figura de la falta de comprensión, de la obcecación de la mente. En Juan, la ceguera es consecuencia de “la tiniebla” (1,5), símbolo de la ideología de la Ley, que impide conocer el amor de Dios por los hombres y la calidad y libertad a la que Dios llama al hombre. El pueblo, por tanto, está ciego por su sumisión a la Ley/tiniebla. “Tullido” es el que no tiene libertad de movimientos ni de acción; es la Ley la que, programando la vida del hombre lo priva de iniciativa. “Resecos”, sin vida, alude a la visión de los huesos secos o calcinados de Ez 37,1-14, que eran figura del pueblo sin vida. Así representa Juan la situación del pueblo, en contraste con la fiesta oficial.
La presencia de Jesús en este lugar recuerda el texto de Zac 10,2-3 (LXX): “Por eso fueron arrebatados como ovejas y maltrechos, porque no había curación… pero yo me cuidaré de los corderos y visitaré al Señor… su rebaño.”
En este contexto aparece la figura del enfermo que va a curar Jesús. Es uno de la “muchedumbre de enfermos” (5,4) y hay que ver si los representa a todos. Para ello, veamos el primer dato que da Juan sobre él: es que “llevaba treinta y ocho años en su enfermedad”. Extraña la precisión de la cifra; bastaba haber dicho “mucho tiempo”. Sin embargo, se descubre que esta cifra es la que da el libro del Deuteronomio para indicar que todos lo que salieron de Egipto murieron en el desierto (Dt 2,14: “anduvimos caminando treinta y ocho años, hasta que desapareció del campamento toda aquella generación de guerreros, como les había jurado el Señor. La mano del Señor pesó sobre ellos hasta que los hizo desaparecer del campamento. Y cuando, por fin, murieron los últimos guerreros del pueblo, el Señor me dijo: “Hoy vas a cruzar la frontera de Moab por Ar {la frontera de la tierra prometida]”).
El paralítico representa, pues, al Israel que nunca consiguió llegar a la tierra prometida. Es así figura representativa de todos los enfermos, es decir, del pueblo sometido y sin vida, descrito como “muchedumbre”.
martes, 8 de diciembre de 2009
NATANAEL, Y EL DISCÍPULO PREDILECTO.
NATANAEL Y EL DISCÍPULO PREDILECTO.
(Jn 1,45-51; 13,23-35, etc).
Las dos figuras femeninas que, en el Evangelio de Juan bajo la figura de “la esposa”, representan al pueblo de la antigua alianza y a la comunidad de Jesús tienen cada un correspondiente masculino: Natanael, para el pueblo de la antigua alianza, y el discípulo predilecto, para la nueva comunidad.
Natanael es una figura enigmática que aparece en el Evangelio de Juan solamente antes de que comience la actividad de Jesús (1, 45-51) y después de su muerte-resurrección (21,2). Su carácter representativo del Israel fiel (igual al de la Madre de Jesús) está indicado por la frase de Jesús “Antes que te llamara Felipe, estando tú bajo la higuera, me fijé en ti” (1, 48), palabras que aluden a la elección de Israel, tal como la expresaba Os 9,10: “Como racimo en el desierto encontré a Israel, como breva en la higuera me fijé en sus padres”, adaptándola al contexto. Esto significa que la antigua elección hecha por Dios, Jesús la renueva para el Israel que se ha mantenido fiel (1,47: “Mirad a un israelita de veras, en quien no hay falsedad”).
Natanael, nombre de este personaje, significa “Dios ha dado”, y alude al favor de Dios del que procedió la elección de Israel (Dt 4,7; 7,7s; 10,15). Otra prueba de su carácter representativo es que, en la última frase de la perícopa, Jesús le habla en plural (1,51: “Jesús le dijo: “Si, os lo aseguro. Veréis…”.
La correspondencia con la madre de Jesús en cuanto personaje representativo la indica Juan cuando en la lista de discípulos que van a pescar llama a Natanael “el de Caná de Galilea” (Jn 21,2; cf. 2,1), dato no proporcionado en la presentación inicial de este personaje (1,54ss). Caná es el lugar donde apareció por primera vez en el evangelio la figura de la madre de Jesús; de este modo conecta Juan las dos figuras. El significado de “Caná” en hebreo, “adquirir, crear”, parece aludir al “pueblo adquirido, creado por Dios” (Éx 15,16; Dt 32,6; Sal 72,4), representado tanto por Natanael como por la madre de Jesús.
Veamos la segunda correspondencia o equivalencia entre personajes representativos. También a María Magdalena, figura de la esposa o nueva comunidad, corresponde un personaje masculino, el discípulo predilecto, cuyo nombre nunca se menciona. Aparece por vez primera en la Cena (13,23ss) asociado al a figura de Simón Pedro, y a partir de ese momento, otras cinco veces, cuatro al lado de Pedro (18,5s; 20, 2-10; 21,7.20ss) y una al pie de la cruz (19,26).
El adjetivo “predilecto” traduce dos expresiones griegas: “al que Jesús amaba” y “al que Jesús quería”, de las que la primera denota el amor y la segunda amistad. Los términos “amor” y “amistad” son los mismos que se usan para indicar la relación de Jesús con Lázaro, de lo que se deduce que el discípulo predilecto, en su relación con Jesús, es figura de todo discípulo y de la comunidad. “El amigo de Jesús” es así el personaje masculino que corresponde al femenino María Magdalena, la que, como personificación de la comunidad, representa el papel de “esposa”. Es, por tanto, una figura ideal, representativa de la comunidad de Jesús, es decir, de la humanidad nueva.
Por eso, al pie de la cruz su figura se intercambia con la de María Magdalena. En efecto, al principio se encuentran la madre de Jesús y María Magdalena, representando, respectivamente, al antiguo pueblo y a la nueva comunidad (19,25); un momento después aparecen, en cambio, sin previo aviso, la madre y el discípulo predilecto, de quien no se había dicho que estuviese allí (19,26s). El valor representativo de los personajes sigue siendo el mismo: la madre, el antiguo pueblo fiel, queda integrada en la casa del discípulo, es decir, en la comunidad nueva (19,26: “Y desde aquella hora la acogió el discípulo en su casa”).
Si la comunidad receptora del evangelio identifica al discípulo predilecto con el autor del evangelio (21,24), quiere decir que ve realizado en éste el ideal propuesto por la figura de aquél.
(Jn 1,45-51; 13,23-35, etc).
Las dos figuras femeninas que, en el Evangelio de Juan bajo la figura de “la esposa”, representan al pueblo de la antigua alianza y a la comunidad de Jesús tienen cada un correspondiente masculino: Natanael, para el pueblo de la antigua alianza, y el discípulo predilecto, para la nueva comunidad.
Natanael es una figura enigmática que aparece en el Evangelio de Juan solamente antes de que comience la actividad de Jesús (1, 45-51) y después de su muerte-resurrección (21,2). Su carácter representativo del Israel fiel (igual al de la Madre de Jesús) está indicado por la frase de Jesús “Antes que te llamara Felipe, estando tú bajo la higuera, me fijé en ti” (1, 48), palabras que aluden a la elección de Israel, tal como la expresaba Os 9,10: “Como racimo en el desierto encontré a Israel, como breva en la higuera me fijé en sus padres”, adaptándola al contexto. Esto significa que la antigua elección hecha por Dios, Jesús la renueva para el Israel que se ha mantenido fiel (1,47: “Mirad a un israelita de veras, en quien no hay falsedad”).
Natanael, nombre de este personaje, significa “Dios ha dado”, y alude al favor de Dios del que procedió la elección de Israel (Dt 4,7; 7,7s; 10,15). Otra prueba de su carácter representativo es que, en la última frase de la perícopa, Jesús le habla en plural (1,51: “Jesús le dijo: “Si, os lo aseguro. Veréis…”.
La correspondencia con la madre de Jesús en cuanto personaje representativo la indica Juan cuando en la lista de discípulos que van a pescar llama a Natanael “el de Caná de Galilea” (Jn 21,2; cf. 2,1), dato no proporcionado en la presentación inicial de este personaje (1,54ss). Caná es el lugar donde apareció por primera vez en el evangelio la figura de la madre de Jesús; de este modo conecta Juan las dos figuras. El significado de “Caná” en hebreo, “adquirir, crear”, parece aludir al “pueblo adquirido, creado por Dios” (Éx 15,16; Dt 32,6; Sal 72,4), representado tanto por Natanael como por la madre de Jesús.
Veamos la segunda correspondencia o equivalencia entre personajes representativos. También a María Magdalena, figura de la esposa o nueva comunidad, corresponde un personaje masculino, el discípulo predilecto, cuyo nombre nunca se menciona. Aparece por vez primera en la Cena (13,23ss) asociado al a figura de Simón Pedro, y a partir de ese momento, otras cinco veces, cuatro al lado de Pedro (18,5s; 20, 2-10; 21,7.20ss) y una al pie de la cruz (19,26).
El adjetivo “predilecto” traduce dos expresiones griegas: “al que Jesús amaba” y “al que Jesús quería”, de las que la primera denota el amor y la segunda amistad. Los términos “amor” y “amistad” son los mismos que se usan para indicar la relación de Jesús con Lázaro, de lo que se deduce que el discípulo predilecto, en su relación con Jesús, es figura de todo discípulo y de la comunidad. “El amigo de Jesús” es así el personaje masculino que corresponde al femenino María Magdalena, la que, como personificación de la comunidad, representa el papel de “esposa”. Es, por tanto, una figura ideal, representativa de la comunidad de Jesús, es decir, de la humanidad nueva.
Por eso, al pie de la cruz su figura se intercambia con la de María Magdalena. En efecto, al principio se encuentran la madre de Jesús y María Magdalena, representando, respectivamente, al antiguo pueblo y a la nueva comunidad (19,25); un momento después aparecen, en cambio, sin previo aviso, la madre y el discípulo predilecto, de quien no se había dicho que estuviese allí (19,26s). El valor representativo de los personajes sigue siendo el mismo: la madre, el antiguo pueblo fiel, queda integrada en la casa del discípulo, es decir, en la comunidad nueva (19,26: “Y desde aquella hora la acogió el discípulo en su casa”).
Si la comunidad receptora del evangelio identifica al discípulo predilecto con el autor del evangelio (21,24), quiere decir que ve realizado en éste el ideal propuesto por la figura de aquél.
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